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domingo, 13 de noviembre de 2016

Ficción & No Ficción en la Literatura


TEXTOS DE PARTICIPANTES II

ARIEL QUIROGA




         Hijo de un sanjuanino y de una bonaerense, de Salto, nació en la Capital Federal, en el barrio de Congreso. Hizo el secundario en una Escuela Industrial de San Justo -La Matanza- en donde vive. Realizó distintas actividades, pero sobre todo trabajó como tornero en la industria metalúrgica.

         Washington, su padre, y sobre todo su madre, Blanca Casco, los estimularon a él y a sus hermanos, los fueron introduciendo en la lectura, primero leyéndoles y después regalándoles libros de la colección Elige tu propia aventura de la Editorial Atlántida que lo entusiasmaron no sólo en la literatura sino también en el dibujo.

         Cuando estaba en la escuela, lo que más le atraía de los manuales de lengua eran los cuentos, las narraciones, las poesías, los textos en general.

         Su madre tuvo mucha importancia en su vocación porque siempre le inculcó la necesidad de cultivarse y ampliar su horizonte cultural. Empleada doméstica, le conseguía  -y le consigue-  libros prestados o destinados a la basura- que de inmediato encuentran a su lector obligado en esa casa: Ariel.

         Por su interés no sólo en los textos sino también en las historietas, ya de adulto y padre de un hijo, Damián, luego de trabajar durante horas, se puso a seguir Talleres de Dibujo y Pintura y de Historieta en los Centros Culturales de la Ciudad.

         Así apareció, cansado de horas de torno, por primera vez, si no me equivoco, en marzo de 2009, en el Centro Cultural de Floresta a participar en el Seminario – Taller.

Allí, en la primera clase, tuvo que presenciar cómo la profesora ponía de patitas en la puerta del aula a un insolente desubicado  -de los que suelen caer en este tipo de cursos gratuitos-  que se quiso pasar de vivo, que no sólo quería imponer las reglas del curso, sino que provocó otro de los participantes que le pidió un poco más de respeto y que escuchara a la profe, incitándolo a salir a pelearse al patio. Suficiente para ser invitado a retirarse y acompañado hasta la puerta. Ninguno de los dos siguió, ni el provocador ni el chico respetuoso. Ariel, sí.

Al poco tiempo trajo un cuadernito sin tapas, amarillento, y le pidió a la profe muy tímidamente si podía leer lo que había escrito. Pero, eso sí, me indicó en forma muy clara y contundente que no leyera una parte porque no era buena. Ni bien subida al 114, lo primero que leyó la profe fue lo que Ariel le había dicho que no leyera. Era algo muy corto, muy bueno, muy personal, muy auténtico. En cuanto al resto, le pareció que la influencia becqueriana era demasiada sobre todo para un joven porteño/matancero que trabajaba en un taller metalúrgico. Y así se lo dijo en privado al final de la clase siguiente: “¿Vos te ves con una capa, un sombrero con una pluma y escribiendo con otra pluma mojada en un viejo tintero estos poemas para levantarte una chica? ¿Vos, que sos un laburante que viaja dos horas por día al taller para estar ocho o más sentado ante el torno? ¡No, vos sos el del texto que me dijiste que no leyera! El otro es un imitador de Bécquer, que puede ser muy bueno, pero no es auténtico. De modo que seguí, aprendé las técnicas y tratá de escribir vos!”  

No se sabe lo que pasó en la mente de Ariel ante ese comentario. Lo que sí sabe la profesora es que el texto siguiente la conmovió tanto que no podía creer que lo que leía era de la misma persona. Cuando le preguntó en clase cómo había hecho ese escrito tan extraordinario, Ariel tímidamente contestó: “Con las técnicas que fui aprendiendo aquí.” Con esto, dejó a la profe sin palabras.

Y fue ahí que una compañera agregó: “Pero también lo ilustró”. Y ahí vimos la historieta.

Por ese tiempo Ariel leía La Ilíada. Era y es admirador de Homero y, aunque al principio le pareciera muy lejano, terminó haciendo catarsis con Julian Sorel, el personaje de Le Rouge et Le Noir de Stendhal.

Actualmente dicta el Taller de Historieta para Niños en el Centro Cultural Nicolás Olivari del PCB en donde también está participado del Seminario de Literatura.

Y siguió y sigue escribiendo.

Para él, como para muchos porteños, su madre está en un pedestal. ¡Y como para no estarlo, Blanca! Se preocupa por tiempos difíciles que le tocan vivir a su hijo adolescente.

Odia la injusticia y la indiferencia y el llanto de los chicos. Le hubiera encantado estudiar Arquitectura,  se regodea con la música de los grupos que le gustan. Cada día se siente más atraído por la mitología griega y todas sus derivaciones literarias. Dice que nunca sería político. Y espera que, cuando llegue al cielo, Dios le diga: “Desde este momento todos tus dolores y sufrimientos se terminaron.”   

         Siempre está dispuesto a conocer lo nuevo o lo viejo que no conoce...

         Para comprobar su talento, basta leer y ver lo que sigue.

        


UN CHAMUYERO, UN SIMULADOR

Poesía de barrio





         Mis pelos al viento se parecen a la melena de Ian Guillán en el escenario. Mi ropa oscura como los baffles de un pub y mi campera no es más antigua que los jeans de Willi Quiroga.

         Quién se imaginaría verme tan serio, con mi postura firme y erguida, que las burbujas y la espuma de una fresca provocan eructos y mareos disimulados.

         ¡Chau, loco! ¡Si tan sólo de aquellas nubes grises donde relampaguea el cielo hubieran caído chorros de cerveza fría en vez de gotas de lluvia...! El estadio de Huracán en esa tarde es una gran caldera humeante de seres ardientes, como caliente caldo de gallina en olla. ¡Remeras del Indio Solari! ¡Hamburguesas! ¡Gaseosa fresca!

         ¡Eh, flaco! ¿No sabés...? Tengo la garganta con arena. Es mi paladar acostumbrada a la Coca cola...

- ¡Chamuyero! ¡Tenés bastantes giras en tu carucha dormida!

         ¿Ésa no es Natalia Oreiro de la mano de Moyo?  Un par de hienas babean por su cadera. ¡Tiene linda manzanita la rockerita! ¡Y puesta la careta de Crusty, el chabón!

         Y el simulador cantaba revoleando la remera, saltando entre los pibes y las pibas. No pagó el gas y se compró una entrada de Los redonditos de ricota...

®© Ariel Quiroga, 2009.



UN DOMINGO EN LA TEMPESTAD


“Le prohibieron la manzana,
sólo entonces la mordió.

 La manzana no importaba,
nada más la prohibición.”

Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota



         ¡Libertad...! –susurré al domingo tempestuoso-  sos un vino aromático, tu grandeza son las alas extendidas del albatros.

         Y con mis ojos subsistiendo en la duermevela agonicé en los brazos del dolor, monstruo hambriento quebrantador de voluntades.

         Si el domingo tormentoso  -fenómeno plagado de lágrimas y tristezas-   rescatara las musas perdidas entre las páginas de mis libros...

         Si rescatara al payaso estampado en la pared que sonríe y se pierde en las nubes del cielorraso...

         Si rescatara a los perdidos del pasado que rockanrolean sin parar lubricando sus gargantas con el mosto de la felicidad....

          Pero no! Rescata a Luzbelito que me ahoga en un charco de lluvia, sometiéndome a respirar de sus bocanadas humeantes, al ritmo de juguetes perdidos y el blues de la libertad.



         

® ©Ariel Quiroga, 2010.

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