TEXTOS DE PARTICIPANTES II
ARIEL QUIROGA
Hijo de un sanjuanino y de una bonaerense, de Salto, nació en la Capital Federal, en el barrio de Congreso. Hizo el secundario en una
Escuela Industrial de San Justo -La Matanza- en donde vive. Realizó distintas
actividades, pero sobre todo trabajó como tornero en la industria metalúrgica.
Washington, su padre, y sobre todo su
madre, Blanca Casco, los estimularon a él y a sus hermanos, los fueron
introduciendo en la lectura, primero leyéndoles y después regalándoles libros
de la colección Elige tu propia aventura
de la Editorial Atlántida que lo entusiasmaron no sólo en la literatura sino
también en el dibujo.
Cuando estaba en la escuela, lo que más
le atraía de los manuales de lengua eran los cuentos, las narraciones, las
poesías, los textos en general.
Su madre tuvo mucha importancia en su vocación
porque siempre le inculcó la necesidad de cultivarse y ampliar su horizonte
cultural. Empleada doméstica, le conseguía -y le consigue- libros prestados o destinados a la basura-
que de inmediato encuentran a su lector obligado en esa casa: Ariel.
Por su interés no sólo en los textos
sino también en las historietas, ya de adulto y padre de un hijo, Damián, luego
de trabajar durante horas, se puso a seguir Talleres de Dibujo y Pintura y de
Historieta en los Centros Culturales de la Ciudad.
Así apareció, cansado de horas de
torno, por primera vez, si no me equivoco, en marzo de 2009, en el Centro
Cultural de Floresta a participar en el Seminario – Taller.
Allí, en la primera clase, tuvo que presenciar cómo la profesora
ponía de patitas en la puerta del aula a un insolente desubicado -de los que suelen caer en este tipo de cursos
gratuitos- que se quiso pasar de vivo,
que no sólo quería imponer las reglas del curso, sino que provocó otro de los
participantes que le pidió un poco más de respeto y que escuchara a la profe,
incitándolo a salir a pelearse al patio. Suficiente para ser invitado a
retirarse y acompañado hasta la puerta. Ninguno de los dos siguió, ni el
provocador ni el chico respetuoso. Ariel, sí.
Al poco tiempo trajo un cuadernito sin tapas, amarillento, y le
pidió a la profe muy tímidamente si podía leer lo que había escrito. Pero, eso
sí, me indicó en forma muy clara y contundente que no leyera una parte porque
no era buena. Ni bien subida al 114, lo primero que leyó la profe fue lo que
Ariel le había dicho que no leyera. Era algo muy corto, muy bueno, muy personal,
muy auténtico. En cuanto al resto, le pareció que la influencia becqueriana era
demasiada sobre todo para un joven porteño/matancero que trabajaba en un taller
metalúrgico. Y así se lo dijo en privado al final de la clase siguiente: “¿Vos te ves con una capa, un sombrero con
una pluma y escribiendo con otra pluma mojada en un viejo tintero estos poemas
para levantarte una chica? ¿Vos, que sos un laburante que viaja dos horas por
día al taller para estar ocho o más sentado ante el torno? ¡No, vos sos el del
texto que me dijiste que no leyera! El otro es un imitador de Bécquer, que
puede ser muy bueno, pero no es auténtico. De modo que seguí, aprendé las
técnicas y tratá de escribir vos!”
No se sabe lo que pasó en la mente de Ariel ante ese comentario.
Lo que sí sabe la profesora es que el texto siguiente la conmovió tanto que no
podía creer que lo que leía era de la misma persona. Cuando le preguntó en
clase cómo había hecho ese escrito tan extraordinario, Ariel tímidamente
contestó: “Con las técnicas que fui
aprendiendo aquí.” Con esto, dejó a la profe sin palabras.
Y fue ahí que una compañera agregó: “Pero también lo ilustró”. Y
ahí vimos la historieta.
Por ese tiempo Ariel leía La
Ilíada. Era y es admirador de Homero y, aunque al principio le pareciera
muy lejano, terminó haciendo catarsis con Julian Sorel, el personaje de Le Rouge et Le Noir de Stendhal.
Actualmente dicta el Taller de Historieta para Niños en el
Centro Cultural Nicolás Olivari del PCB en donde también está participado del Seminario
de Literatura.
Y siguió y sigue
escribiendo.
Para él, como para muchos porteños, su madre está en un
pedestal. ¡Y como para no estarlo, Blanca!
Se preocupa por tiempos difíciles que le tocan vivir a su hijo adolescente.
Odia la injusticia y la indiferencia y el llanto de los chicos.
Le hubiera encantado estudiar Arquitectura,
se regodea con la música de los grupos que le gustan. Cada día se siente
más atraído por la mitología griega y todas sus derivaciones literarias. Dice
que nunca sería político. Y espera que, cuando llegue al cielo, Dios le diga: “Desde este momento todos tus dolores y
sufrimientos se terminaron.”
Siempre
está dispuesto a conocer lo nuevo o lo viejo que no conoce...
Para comprobar su talento, basta leer y ver lo que sigue.
UN CHAMUYERO, UN SIMULADOR
Poesía de barrio
Mis pelos al viento se parecen a la melena de Ian Guillán
en el escenario. Mi ropa oscura como los baffles de un pub y mi campera no es
más antigua que los jeans de Willi Quiroga.
Quién se imaginaría verme tan serio,
con mi postura firme y erguida, que las burbujas y la espuma de una fresca
provocan eructos y mareos disimulados.
¡Chau,
loco! ¡Si tan sólo de aquellas nubes grises donde relampaguea el cielo
hubieran caído chorros de cerveza fría en vez de gotas de lluvia...! El estadio
de Huracán en esa tarde es una gran caldera humeante de seres ardientes, como
caliente caldo de gallina en olla. ¡Remeras
del Indio Solari! ¡Hamburguesas! ¡Gaseosa fresca!
¡Eh, flaco! ¿No
sabés...? Tengo la garganta con arena. Es mi paladar acostumbrada a la Coca cola...
- ¡Chamuyero!
¡Tenés bastantes giras en tu carucha dormida!
¿Ésa no es Natalia Oreiro de la mano de Moyo? Un par de hienas babean por su cadera. ¡Tiene
linda manzanita la rockerita! ¡Y puesta la careta de Crusty, el chabón!
Y el simulador cantaba revoleando la remera, saltando entre
los pibes y las pibas. No pagó el gas y se compró una entrada de Los redonditos de ricota...
®© Ariel Quiroga, 2009.
UN DOMINGO EN LA TEMPESTAD
“Le prohibieron la manzana,
sólo entonces la mordió.
La manzana no
importaba,
nada más la prohibición.”
Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota
¡Libertad...! –susurré al domingo
tempestuoso- sos un vino aromático, tu
grandeza son las alas extendidas del albatros.
Y con mis ojos subsistiendo en la
duermevela agonicé en los brazos del dolor, monstruo hambriento quebrantador de
voluntades.
Si el domingo tormentoso -fenómeno plagado de lágrimas y
tristezas- rescatara las musas perdidas
entre las páginas de mis libros...
Si rescatara al payaso estampado en la
pared que sonríe y se pierde en las nubes del cielorraso...
Si rescatara a los perdidos del pasado
que rockanrolean sin parar lubricando sus gargantas con el mosto de la
felicidad....
Pero no! Rescata a Luzbelito que me ahoga en un charco de lluvia, sometiéndome a respirar de sus bocanadas humeantes, al ritmo de juguetes perdidos y el blues de la libertad.
® ©Ariel Quiroga, 2010.
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