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sábado, 28 de marzo de 2015

"Bueno y nada más"

ENRIQUE SANTOS DISCÉPOLO
1901-1951

“Bueno y nada más…”
Cátulo Castillo & E.S. Discépolo - Mensaje


         Enrique Santos Discépolo es quizás el poeta más representativo de los poetas de Buenos Aires, el que se condena y se oculta y, cuando conviene, se desempolva y se le saca lustre.
         Nacido en Buenos Aires el 27 de marzo de 1901, incursionó desde muy joven en el teatro en donde ya su hermano Armando tenía un nombre dentro del grotesco.
         Uno de sus primeras obras fue Bizcochito que escribió en 1925 que  para La Porota de José A. Saldías  que interpretó Carlos Marambio Catán.

         Tal vez de ese género va a tomar el manejo del sarcasmo. Tal vez la profundidad de la mirada crítica. Tal vez de ahí la sensibilidad que lo llevará a un desangre existencial.
       Si en las preocupaciones filosóficas o poéticas de muchos escritores podemos distinguir etapas, en Discépolo podemos seguramente distinguir dos.
          La primera, que coincide con el hombre que está solo y espera, el que vivió y sufrió ese período de nuestra historia que va de 1930 a 1943 y al que José Luis Torres bien denominó “la década infame”.
          Esa década larga que Jorge Abelardo Ramos pintó con estas palabras: “La moneda era sana, pero los hombres estaban enfermos. El ejército rechaza a miles de jóvenes por inaptos. La tuberculosis hace estragos... Buenos Aires se puebla de buscavidas y de oficios inverosímiles... En 1930 el mate es de rigor y como alimento casi exclusivo el bizcocho de grasa... Botana hacía de Crítica el órgano cotidiano del crimen y el escándalo... La sífilis y la blenorragia se expandían triunfantes...”
          Tiempos de autoritarismo y pistoleros, de contubernios que se amasaban en los prostíbulos, de política de comité y fraude pistola en mano en las elecciones, de costureritas múltiples que abandonan el barrio y se van al cabaret. Pero, al mismo tiempo, hay quienes se encierran en sus casas con edredones de seda. La Universidad vive en una isla flatulenta y los escritores oscilan entre la torre de marfil, la militancia del realismo socialista que, aunque defiende al obrero se siente superior y es admonitorio en sus juicios sobre él y la bohemia.
         La vida parecía más que nunca en orsay y en esos años Discépolo escribió casi todos sus tangos más conocidos.
         La increpancia a Dios, ausente, caído o sordo, la sociedad vista en su esqueleto más crudo y filoso, la mujer que es mueca de la princesa ideal que el modernismo nos pintó, una vida sin cisnes, sin oropeles, una vida con ensañamiento que mitigar con el aleteo de la ironía o tal vez, con el gran amor: “ser bueno y nada más” como escribiría Cátulo para hacer su último tango.
         Sin embargo, ese Discépolo que, en ese afán de dar la mitad de la información -lo que es lo mismo que mostrar la verdad a medias, o sea, caer en la mentira-, casi todos asimilan al pintor de la vida sórdida cambia. Y he ahí la segunda etapa.
         “Nuestra comunidad, a la que todos debemos aspirar es aquella donde la libertad y la responsabilidad son causa y efecto en que existe la alegría de ser, fundada en la persuasión de la dignidad propia.” J.D.P.
         Así como en la década infame el sufrimiento y la desesperanza habían sido interpretados por Discépolo en sus versos descarnados, así, a partir de su vuelta al país de regreso de México en 1947, en otro período de la historia del país, se hizo carne en él la alegría de ser, concretando de esta manera no sólo su simbiosis con su gente sino también con el mismo origen del tango.
      En 1951, a pedido de Evita,  Discépolo dirige y estrena el 25 de mayo la puesta de Antígona Velez de Leopoldo Marechal en el Teatro Nacional Cervantes.
        Muchos no le perdonaron su definición consecuente con su manera de ver el mundo y utilizaron el insulto como castigo.
        El intentó diversas respuestas a la agresión. 
        Puso el coraje donde había que ponerlo y donde sabía ponerlo, en la radio. Así Discépolo retrucó la mordacidad feroz de Mordisquito, el que se cree por arriba de los demás, el soberbio, el piola, el que “las sabe todas”, el que denuesta a los demás.
    Los ataques siguieron y el Flaco, pobre Flaco, murió la noche del 23 de diciembre de 1951.
       Los restos fueron velados en SADAIC. 
    Allí Cátulo Castillo le comentó a Vacarezza lo que meses antes le decía Discépolo: “Estos hijos de.... me tienen por loco. No me dejan descansar con ese maldito teléfono sonando a todas horas.”
    La referencia de Cátulo era obvia. “La gente que es brutal cuando se ensaña…”
     El velorio, al que concurriera el Jefe de Estado, fue bastante escaso de personajes. Sólo algunos buenos amigos: además de Cátulo, Vacarezza, Razzano, Vedani, Contursi, Osvaldo Miranda.
       A la madrugada, inesperadamente, aparecen las mariposas noctámbulas, las que nunca pudieron ser costureritas, las chicas que habían sido encandiladas por las luces del centro, que obligan a los dueños de los cabarets a cerrar en señal de duelo, que se los dejan vacío, esas pálidas rubionas de un cuento de Tuñón que un día rememorará Ferrer, esas morochas fieles a determinados códigos, esas mujeres pasaron a dejar su flor y su llanto...


® © Ana Sebastián, 2005.

CAMBALACHE


           Cuando llegué a Buenos Aires en mayo del 41, mi amigo de la infancia juarense Eduardo D'Stefano ya estaba viviendo acá en México y Castro Barros. Me vino a buscar adonde yo vivía, en Miller 1928, la Urquiza de los malevos… 

                Me llevó al centro. Él estaba canchero: laburaba de cadete en una tienda de la calle Bartolomé Mitre, pleno centro porteño. 

           Caminamos por esas calles de Dios. Conocí las pizzerías de Corrientes, Las cuartetas, el Bar Nacional ... Y después llegamos a la calle Libertad entre Cangallo y Lavalle en donde estaban los negocios de “los rusos de las tres bolas”, tres bolas que colgaban afuera como para indicar que ahí estaba la compra-venta , que ahí se podía también empeñar algo o pedir un préstamo.  Eran rusos con barbas y sombreros, era el barrio de los judíos ortodoxos. Entonces nos pusimos a mirar la vidriera. Y allí vi la Biblia… junto al calefón… la Biblia en el sable sin remache, el clavo que se ponía en las letrinas para colocar el papel para limpiarse después de ir al baño. Normalmente, papel de diario. Pero ahí estaba la Biblia… más suavecito el papel de la Biblia... Y ahí le dije a Eduardo: “¡Siglo XX, Cambalache, problemático y febril, el que no llora no mama y el que no afana es un gil!” 

         Yo era un pibe recién llegado… Tenía quince años…

sic Ramón Sebastián, mi padre.




1 comentario:

  1. Ana Sebastian:
    Con tu pluma afilada, amena, concreta y un manejo impecable del lenguaje, tu narracion , nos acerca a un Enrique Santos Discepolo ,(figura trascendental en la letristica del tango),en toda su calidad y complejidad humana ,a traves de anegdotas interesantisimas a las que se suma la descripcion del contexto socio economico y politico de la epoca, con una capacidad de sintesis y presicion admirables. Gracias por esta nota.Gloria Marco

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