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sábado, 19 de julio de 2014

Buenos Aires y poesía - Arraigo y desarraigo 3a. & última parte





La contrapartida del desarraigo es el hecho de cómo Buenos Aires, contrariamente a lo que sucede en otras ciudades, origina el sentimiento de arraigo y, ya que la elección de la ciudad natal no es posible, la elección de la ciudad adonde uno desea morir sí es factible:

 

         Moriré en Buenos Aires, será de madrugada,
         guardaré mansamente las cosas de vivir    
         mi pequeña poesía de adioses y de balas,
         mi tabaco, mi tango, mi puñado de esplín.

 
         Me pondré por los hombros, de abrigo toda el alba,
         mi penúltimo whisky quedará sin beber,
         llegará tangamente mi muerte enamorada,
         yo estaré muerto en punto cuando sean las seis.
                                      
Horacio Ferrer ensimismado recitando
                        
Cuando es escenario es Buenos Aires, hasta la "muerte" es enamorada:
 
Mario Jorge de Lellis
 

  Buenos Aires, sé tuya, Buenos Aires, sé bueno.
   ..............................................
  Yo que nací por marzo en un barrio tuyo,
  te miro como a alguien que me habrá comprendido

                                                    Mario Jorge De Lellis

 

        



Alejandrina Devescovi nos resume la relación contemporánea con la ciudad:

 
Alejandrina Devescovi
         Todo pertenece
         al tiempo de la reconstrucción
         sobre el vaho de la obra y el trabajo
         un ángel,
         dueño de la compañía, 
         acomoda sus alas y su rostro
         para verla crecer.

 
         De allí no parte nunca.
         Es el vecino de la gloria y el reparo.
         Ciudad... para todos.
         Ciudad nuestra de cada día.

 

Y para Borges, la ciudad es una e inigualable, una ciudad a la que canta desde su Fervor de Buenos Aires y cuya fundación terminará siendo ya mítica, pero finalmente será eterna:

Jorge Luis Borges
 

 Y fue por este río de sueñera y de barro
 que las proas vinieron a fundarme la patria?
 Irían a los tumbos los barquitos pintados
 entre los camalotes de la corriente zaina.

 
   

          Pensando bien la cosa, supondremos que el río
         era azulejo entonces como oriundo del cielo
         con su estrellita roja para marcar el sitio
         en que ayunó Juan Díaz y los indios comieron.

 
         Lo cierto es que mil hombres y otros mil arribaron
         por un mar que tenía cinco lunas de anchura
         y aún estaba poblado de sirenas y endriagos
         y de piedras imanes que enloquecen la brújula.

 
         Prendieron unos ranchos trémulos en la costa,
         durmieron extrañados. Dicen que en el Riachuelo,
         pero son embelecos fraguados en la Boca.
         Fue una manzana entera y en mi barrio: en Palermo.

 
         Una manzana entera pero en mitá del campo
         expuesta a las auroras y lluvias y sudestadas.
         La manzana pareja que persiste en mi barrio:
         Guatemala, Serrano, Paraguay y Gurruchaga.

 
         Un almacén rosado como revés de naipe
         brilló y en la trastienda conversaron un truco;
         el almacén rosado floreció en un compadre,
         ya patrón de la esquina, ya resentido y duro.

        
         El primer organito salvaba el horizonte
         con su achacoso porte, su habanera y su gringo.
         El corralón seguro ya opinaba YRIGOYEN,
         algún piano mandaba tangos de Saborido.

 
         Una cigarrería sahumó como una rosa
         el desierto. La tarde se había ahondado en ayeres,
         los hombres compartieron un pasado ilusorio.
         Sólo faltó una cosa: la vereda de enfrente.

 
         A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires:
         La juzgo tan eterna como el agua y como el aire.
 
Cuaderno San Martín, Buenos Aires, 1929.

 

         Volviendo al desarraigo, me pregunto: ¿ese desarraigo, ese sentirse transplantado, esa necesidad de echar raíz, esa necesidad de arraigo que tuvieron el negro, el gaucho convertido en compadre, el inmigrante en el patio florido será  -me pregunto-, la misma necesidad del argentino en París de Cadícamo, de Gardel de vuelta en su tierra natal en la entre guerra europea?

 

         ¿Será el mismo sentimiento y la misma necesidad de los argentinos que abundan en Europa en los 70 que no van justamente a tirar manteca al techo?

 

         Las diferencias estarían en que el gaucho, el negro, el gringo, fueron conminados por factores sociales y económicos del desarrollo histórico a encontrar su lugar en el mundo. Cadícamo, Gardel, en todo caso, tuvieron la fortuna de un traslado que tuvo que ver con el deslumbre de la Ciudad Luz y la búsqueda de horizontes personales de la fama.

 

         De los porteños que abundaron en Europa en los 70, sólo algunos tuvieron que ver con ese deslumbre, con ese libre albedrío. Unos se fueron por razones políticas, otros simplemente a probar suerte.

 

         La suerte fue diversa tanto para los unos como para los otros: venturosa a veces, sórdida, otras. De cualquier modo hicieron el camino inverso a de nuestros abuelos y se encontraron con que, aún en los mejores casos, la integración que se supo dar aquí en esta latitud del planeta que hace que desconozcamos la expresión socio-antropológica tan corriente en la Europa actual "segunda generación" para identificar a los hijos de los inmigrantes que, por supuesto, no se integran y forman parte del ghetto de su comunidad de origen.

 

         Integración que es la piedra fundamental de nuestra sociedad, la piedra fundamental del arraigo y que no existe de ninguna manera en la Europa actual. No sabemos si alguna vez existió en la Europa etnocéntrica que se sigue creyendo pivote del mundo.

 

         Gracias a la falta de memoria europea y gracias a la ingratitud, dolorosamente el desarraigo convirtió a los argentinos deambulantes en Europa en Sudacas  - acrónimo totalmente despectivo de ‘sudamericano cagador’ o argentos  -como nos llamaban despectivamente los catalanes-  y que ahora algunos piensan que es recool y se definen así.


         Y por suerte sigue existiendo el tango para sobrevivir.

 

         El tango que murió muchas veces pero que reciclado perdura, revive porque el tambor, el saxo, el piano, el bandoneón sigue representando la circunstancia existencial de nuestro arraigo.
Juan Carlos Cáceres & A. S. en su casa
de Perigny-sur- Yerres - Val du Marne
¿Haciendo Tango Retango?
 

         ¿No es así, Juan Carlos Cáceres?

 




                                                                             Ana Sebastián & Luis Labraña - Conferencia.
Publicada en Viva el tango Nº 9,
Buenos Aires, Academia Nacional del Tango, 1997.


domingo, 13 de julio de 2014

BUENOS AIRES Y POESÍA - ARRAIGO Y DESARRAIGO 2a. parte

        
28 de marzo de 2008 Córdoba & Callao


         El marco principal del arraigo/desarraigo da esta última ciudad con la que convive y se desgasta en un amor / desamor permanente, en una relación simbiótica que hace pensar en esas parejas que tienen muchas cosas que los separan y tal vez una sola que los une. Una, incomprensible para los de afuera, pero que es la que vale y la que sostiene el resto.

 
         El marco no es sólo Buenos Aires.

         Es también su ausencia: la lejanía original generadora de nostalgia. Por eso las pequeñas cosas son los elementos permanentes que le van a dar al tango su ambiente especial, ese aire que se respira: 

Amleto Vergiatti -
Julián Centeya 
 

         "A la ciudad de Buenos Aires se la puede querer de muchas maneras y yo, que vivo perfectamente desentendido de mí mismo, confieso que la estimo y amo, andándola, que es una manera de adentrarme en ella y hacer que ella se comunique conmigo. Provengo de ella y de ella tengo una raíz hecha de sus lluvias y su luna."

 

Estas palabras que dijo Julián Centeya marcan su desarraigo de sí mismo, pero su arraigo en la ciudad.

         Centeya transforma ese sentimiento en poesía dándonos una idea del paisaje en que se desarrolla esta relación. 

          Ése es el habitat del porteño que establece con su ciudad una relación biológica: "me naciste" dice Centeya… Y tiene dos sentidos: el literal, ya que Centeya no nació biológicamente en Buenos Aires, y la ciudad le "nació" y le "creció" y el otro, el sentido casi dialéctico de que no sólo los hombres nacen de la ciudad, sino que la ciudad nace de sus habitantes.

         Sigue Centeya:

            "Pienso en la antigüedad del barrio que aguardaba
                   -tácita convención de edad y aire-
         ¿Puedo excluir el tango desangrado
                   -patrimonial lenguaje con que remiendo
                                      a veces
                                      el cielo 
         de este mi Buenosaires?
         Descarto formulaciones ¡Nunca me justifico!
         Aún más, quiero desentenderme;
         mi hambre no necesita el pan de nadie,
         con mi hambre me alcanza,
         de noche me acuesto con Buenosaires
                                      y eso me basta.
         La amo  -digo la amo- más todavía, la siento
         inventada por mí. ¡La sufro tanto!

La ciudad de Centeya no es la que se prodiga en lujos, en vanidades de escaparate, sino la otra, la que nos cuesta, la que nos duele.

         Esta poesía de Centeya sintetiza la total identificación del hombre con esa ciudad que duele de tanto amarla.

          El mayor elemento identificatorio del porteño se da en Buenos Aires que es más que la ciudad, es la tierra, es la patria:

         "En mis horas de fiebre y orgía,
         harto ya de placer y locura,
         yo pienso en tí, patria mía,
         para calmar mi amargura."     

                                     Buenos Aires.

 La nostalgia ayudará a dar una sensación de la  vida pasajera que a veces encuen­tra su expresión en el canto al puerto de Buenos Aires, con sus brumas que envuelven el amor de los marineros en la melancolía de lo fugaz y reflejan esa esperanza perdida del inmigrante que pensó que en las orillas barrosas del Río de la Plata encontraría la fortuna y la felicidad y que termina echando el ancla en los cafetines:        

         "Turbio fondeadero donde van a recalar
         barcos que en el muelle para siempre han de quedar...
         Sombras que se alargan en la noche del dolor.
         Náufragos del mundo que han perdido el corazón.
         Puentes y cordajes donde el viento viene a aullar.
         Barcos carboneros que jamás han de zarpar.
         Torvo cementerio de las naves que, al morir,
         sueñan, sin embargo, que hacia el mar han de partir.
         […] 
         Sueña, marinero, con tu viejo bergantín,
         bebe tus nostalgias en el sordo cafetín.
         Llueve sobre el puerto, mientras tanto, mi canción
         llueve lentamente sobre tu desolación.

         Anclas que ya nunca, nunca más han de levar.
         Bordas de lanchones sin amarras que soltar.
         Triste caravana, sin destino ni ilusión,
         como un barco preso en la botella del figón."
                                                                                  Nieblas del Riachuelo

Enrique Cadícamo ensaya aquí con el paisaje cotidiano de las nieblas del Riachuelo una metáfora impresionante de la caducidad de la vida, del destino del hombre, como esos barcos "sin amarras que soltar", preso "en la botella del figón".

        Como contrapartida a ese sentimiento de nostalgia experimentado por los habitantes del conventillo, los recién llegados, la lejanía de la ciudad desarrolla el sentimiento de nostalgia y el deseo de volverla a ver, de pasearse en sus calles, de sentirla de nuevo:

         "Lejano Buenos Aires, qué lindo que has de estar,
         ya van para diez años que e viste zarpar. 
         [...]
         No sabés las ganas que tengo de verte
         aquí estoy varado sin plata y sin fe.

         ¡Quién sabe una noche me encane la muerte,
         y chau, Buenos Aires, no te vuelvo a ver."
                                                                             Anclao en París.

      

A. S. con Juan Gelman
leyendo la primera edición
de Veredictos de Juan José Fanego
en Amsterdam - Países Bajos
Juan Gelman va a dar su interpretación de este sentimiento en su poema homónimo:

         Al que extraño es al viejo león del zoo,
         siempre tomábamos café en el Bois de Boulogne,
         me contaba sus aventuras en Rodhesia del Sur,
         pero mentía, era evidente que nunca se había
         movido del Sahara.
         De todos modos me encantaba su elegancia,
         su manera de encogerse de hombros ante las
         pequeñeces de la vida,
         miraba a los franceses por la venta del café
         y decía "los idiotas hacen hijos".
         Los dos o tres cazadores ingleses
         que se había comido
         le provocaban malos recuerdos
         y aún melancolía,
         "las cosas uno hace para vivir"
         reflexionaba
         mirándose la melena en el espejo del café.
         Sí, lo extraño mucho,
         nunca pagaba la consumición,
         pero indicaba la propina a dejar
         y los mozos
         lo saludaban con especial deferencia.
         Nos despedíamos a la orilla del crepúsculo,
         él regresaba a son bureau, como decía,
         no sin antes advertirme
         con una pata en mi hombro
         "ten cuidado, hijo mío, con el París nocturno!"
         Lo extraño mucho verdaderamente,
         sus ojos se llenaban a veces de desierto
         pero sabía callar como un hermano
         cuando emocionado, emocionado
         yo le hablaba de Carlitos Gardel.


Horacio Salas tiene su versión propia, Anclao en Madrid:
 

Horacio Salas
Mientras tomaba mate e
en el estudio de Velázquez
llegó Quevedo sacudiéndose
los copos de la última nevada
y confirmó lo que pensábamos
los grabados eróticos de Picasso  -dijo-
me resultan auténticamente afrodisíacos.
Después muerto de frío
levantó el volumen de un disco del Polaco
                                      y nosotros quedamos en silencio.
Garúa...  tristeza...
Hasta el  cielo se ha puesto a llorar…


Parecería que no hay nada peor para un verdadero porteño que el pensar en la muerte lejos de su ciudad. Buenos Aires es, en la distancia, el deseo de la vuelta. Es la razón de ser, de existir y el olvido de todos los males, es la amante que no tiene reemplazo ni olvido:

          "Buenos Aires,  como una querida,
         si estás lejos, mejor hay que amarte."
                                                                  Buenos Aires

          "Yo adivino el parpadeo
         de las luces que a lo lejos
         van marcando mi retorno.
         Son las mismas que alumbraron
         con sus pálidos reflejos
         hondas horas de dolor."
                                                                Volver.

 
         "Mi Buenos Aires querido,
         cuando yo te vuelva a ver,
         habrá más penas ni olvido."
                                                                  Mi Buenos Aires querido.


Julio Cortázar
Cortázar va a describir el desarraigo no sólo en su Rayuela, sino en muchos de sus poemas que serán pequeños tangos:
 

         "Ser argentino es estar triste,

         ser argentino es estar lejos."

  

  * Ana Sebastián & Luis Labraña - Conferencia.
Publicada en Viva el tango Nº 9,
Buenos Aires, Academia Nacional del Tango, 1997.