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domingo, 11 de diciembre de 2016

POETAS  DE BUENOS AIRES

 HORACIO PILAR  IGUAL ATACA POR TRES



El 16 de marzo de 1925 nacía en Buenos Aires Horacio Pilar en donde moriría en 1999.
Casado, con cuatro hijos, universitario, periodista, titiritero, carpintero, funcionario público, publicita,  empleado...  Oficios que supo tener Horacio Pilar además del de poeta.
Comenzó publicando en 1959 Poemas y Cinco poetas, una publicación colectiva en 1960.
En 1965 le otrogaron junto a María Elena Walsh y a Alejandra Pizarnik el Premio del Fondo Nacional de las Artes por su libro Amor y conocimiento que sería publicado en 1967.
         En el momento del Premio estaba preso por su militancia peronista: fue uno de los fundadores de la JUP - Juventud Universitaria Peronista.
         Si los años sesenta fueron los prolegómenos de tiempos utópicos y violentos, también fueron la práctica de una bohemia en la que se mezclaban las revoluciones de café, la politiquería y un dejo existencialista que agotaba horas en boliches como La Comedia y el Politeama  -ambos es cruz en la esquina de Corrientes y Paraná- y el Paulista, el Ramos, La Giralda y El colombiano a lo largo de la calle Corrientes.
En ese todavía grisáceo cielo de los sesenta, Horacio Pilar andaba desplegando versos por el mundo y ese mundo era la calle Corrientes, ni más ni menos. Y junto con él como las duplas de los gauchos de Artiga, pero esta vez de porteños, Raúl Santana –su alter ego- que con su memoria elefanteásica recitaba desde Rimbaud hasta Maiakovski y aun los poemas del mismo Pilar.
Después del golpe de 1976 se exilió en Brasil y volvió a Argentina en 1988.
En 1996 publicó Igual atacaría por tres.
En 1996 compartió una mesa con Raúl Santana, Marta Goldín y Ana Sebastián que, vuelta recientemente de su exilio holandés, manifestó su orgullo de estar rodeada por sus dos protopoetas que la llevaban a los tiempos de las charlas en los sesenta en los boliches de la calle Corrientes en el ciclo Antología Oral de la Poesía Argentina organizada por la Editorial Libros de Alejandría y especialmente por Enrique Puccia hijo que tenía lugar casi todos los fines de semana en el Centro Cultural Gral. San Martín y algunos en el auditorio del Centro Cultural Adán Buenosayres.
Póstumamente en 2000 la editorial Atuel editó su Poesía completa con una presentación de Jorge Quiroga y un epílogo de Raúl Santana.
Las fechas de publicación muestran los huecos, el espacio dejado por ese panorama que pinta en su ficha vital   -seguramente escrita por él-  que dice:  “distinguido con despidos, persecusiones, cárceles y destierros pos su localismo político y falta de solemnidad.”
         Su poesía es de gran profundidad con la utilización de todos los recursos y todas las formas, sin hermetismos ni alambiques, con un respeto cariñoso por la tradición cultural porteña y con una sutil ironía como instrumento de superación de la desolación.
Es evidente que la manía poética no lo abandonó a Pilar ni aún en tiempos exilares y poco a poco la fue convirtiendo en un amor incurable.
Lamentablemente la poesía en general y la de este tipo en particular no tienen la difusión de las mamarrachadas multimediáticas y menos en este caso, en que, además de tener el estigma de la locura poética, Pilar tenía el estigma de pertenecer al Movimiento Peronista lo que, en algunos medios intelectuales argentinos sigue siendo un baldón y una barrera muy veces inexpugnable.
Pilar fue de los verdaderos, de los que se jugó cuando se tuvo que jugar, no la fue de combatiente cuando los tiempos difíciles habían terminado  -como suelen abundar ahora tantos de esa índole y de esa desfachatez de ser la sombra de lo que hubieran querido ser y en su momento no fueron, cuando en realidad son una caricatura-.
Pilar fue lo que fue y se lo bancó. Entre otras cosas practicó eso que Paco Urondo llamó lo mejor de la poesía: “la amistad”.
         Pilar conocía de las bondades y las miserias humanas, incluso de las que se disfrazan de poesía, de idealismo y la sorna era su defensa, aunque tenía presente el precepto del simbolismo de la poesía como música y siempre música de las palabras. Tenía experiencia en esto porque también escribió textos con música de Juan Falú. Pero sabía diferenciar... Sostenía que la poesía no necesita nada más que palabras: ni canto ni música ni baile ni nada. Y el que no lo entiende que no se meta con ella.  
Y él seguia con los faroles de su poesía cazando fieras, rememorando historias y amores, escalando y descendiendo montañas con la vista en nuestro río con horizonte, levantándose de los altibajos y los sinsabores de destinos ingratos, con la convicción de que, a pesar de que si no está la vida, al menos queda la poesía y, por supuesto, los amigos, los compañeros, las palabras...


Defensa profesional      

                                                                    A Vidamor

La calle no me deja cantar con discreción
si siento mi barriga como sótano en llamas,
altar de millonarios, turros, gordos de corset,
niños precoces, leones tardíos, tipos en llanta.

Mi cuerpo le hizo juego a todas las gambetas,
fui referí, pelota y al fin del cabo un arco
un arco donde el hambre de dar quedó pipón.

Fui capullo de plumas para el resote bajo,
un borrón de perfume sobre la vieja deuda
el vuelo aliviador para el pájaro preso.

Fui florido escenario para el solo de pecho.
De aquí no se fue nadie sin dar el campanazo,
sin desatar el moño del regalo de ser.


         Reunión

                                     A “Pico” Manfredi

Mejor decir que sí,
antes que te pregunten
porque desde afuera
no se entiende
lo que pasa.
Cómo se saludan,
qué papelitos ruedan entre sus manos.
Desde afuera no comprendo de qué se ríen,
¿Dónde van a parar con esas corbatas?
O si hay que callar,
guiñar el ojo.
Cuando hay que aplaudir...
y a quién.
Mejor decir que sí,
al inocente y al venerable,
al éxito y a la belleza,
a la riqueza y a la prudencia,
al  bien y a la autoridad,
al poder y al orden,
y al señor...
¡Sí señor!

Mejor decir que sí
y tratar de aparecer en la foto
en la última fila,
cerca de la salida.

                    de Igual atacaría x 3,  Buenos Aires, Libros de Tierra Firme, 1996.