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miércoles, 2 de julio de 2014

TANGO, BUENOS AIRES Y POESÍA - ARRAIGO Y DESARRAIGO 1a. parte

Conferencia*





         A partir del momento en que Pascual Contursi inau­gura el tango argumental con Mi noche triste, estrenado por Gardel en 1916 en el Teatro Esmeralda y difundido por Manuelita Poli en el sainete Los dientes del perro  de José González Castillo  -el padre de Cátulo-  y Alberto T. Weisbach, el tango no sólo dio un salto cualitativo, sino que se transfor­ma en la marca de fuego que, como una insignia, portarán los porteños.

Manuelita Poli



 
 
         Dice  Daniel D. Vidart:

         "En las letras de tango se esconde un mundo, desechado, casi siempre, y constituye una clave profunda de su ser y su quehacer en la cultura rioplatense." Yo diría que son testimonio de la cosmovisión del porteño.

Los temas que se abordan en las letras hacen que el tango sea –al decir de Osvaldo Rossler- "la circunstancia dramática que atravesamos todos: malevos y no malevos, rufianes, compadritos, profesores, cajeti­llas, empleados públicos, poetas, estafadores, hombres comunes o malandros. Nuestro aire común, nuestro clima espiritual…"  

El tango es también nuestra circunstancia existencial.

         Dentro de lo existencial está el arraigo.

         Para los griegos de la polis, el destierro significa el desarraigo, el perder la raíz y el ateniense prefiere la cicuta antes de salir al mundo fuera de la polis, Si esta mentalidad hubiera persistido por los siglos, Buenos Aires no hubiera existido.

         La palabra arraigo aparece en el castellano tardíamente, en 1737, pero desarraigo, aunque parezca mentira, es anterior, del siglo XV. Sin embargo, en la atmósfera tanguera aparecen ambas, no como palabras, sino como sentimiento, en forma temprana y casi simultánea.

         El arraigo y el desarraigo tienen que ver con raíz. La raíz va a ser lo que se pierde, lo que se busca cuando el tango encuentra su dimensión espacial y temporal. Es decir, cuando encuentra su lugar en el mundo, bajo esta latitud de la cruz del sur, a fines del siglo anterior.

         Esa Buenos Aires de los años 80 acoge, arraiga a los desarraigados de diversos lugares físicos y sociales: el gaucho trata de mitigar su nostalgia de otros días de soledad pampeana, días sin alambres en ese lugar tan sin dimensiones, tan circunscripto: la pieza del conventillo de arrabal, el negro, a su vez, ancla su nostalgia de otras épocas más favorecedoras, retumbe de tambores lejanos, también en la pieza del conventillo y el recién llegado inmigrante ejerce, por su parte, una nostalgia metódica, multilingüe, a veces llorona, a veces ridícula, a veces caricaturesca.

         En ese patio de conventillo en el que se desgranan y desangran todas sus ambiciones y todas sus esperanzas. Todas las pujas por salir adelante, todos los esfuerzos, todas las desilusiones.

Todos juntos sin importar el origen
Inmigrantes en el conventillo
        
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

       "Vinieron de Italia, tenían quince años,
         con un bagayito por toda fortuna
         y, sin aliviadas, entre desengaños,
         llegaron a viejos sin ventaja alguna.
         [...]
        Vinieron los hijos. ¡Todos malandrinos!
          Vinieron las hijas. ¡Todas engrupidas!
         Ellos son borrachos, chorros, asesinos,
        y ellas, las mujeres, están en la vida.

         Y los pobres viejos, siempre trabajando,
         nunca para el yugo se encontraron flojos.
         Pero a veces, sola, cuando está lavando,
         a la vieja el llanto le quema los ojos…"
Los bueyes, Carlos de la Púa.

 

La necesidad de echar raíces, de arraigarse, presiona a estos porteños de nacimiento o por adopción. No sólo los presiona. Los va determinando.

         La geografía, el paisaje, el escenario esencial de la porteñidad está en Buenos Aires y la porteñidad no cae en el nacimiento, sino en la pertenencia.

No importa dónde fue expedida la partida de nacimiento de un porteño, puede ser en Milán o en Orense, en Siria o en Split, en Santiago del Estero o en Benito Juárez.

         Esa partida en todo caso sólo señalará una procedencia que no considera implícita a su esencia. Su partida o su carta de ciudadanía como porteño se la dará la vida. Ese será la ocasión del arraigo.

         La experiencia y su relación conflictiva y amorosa con su ciudad natal o la que lo acogió son los únicos resortes que le permitirán asumirse y ser asumido como porteño.

         ¿No son acaso porteños Gardel, nacido en Toulosse, Homero Manzi, nacido en Añatuya, Santiago del Estero o Julián Centeya, originario de Borgotaro, Parma, Italia, Horacio Ferrer, nacidos en Montevideo, o César Tiempo, Israel Zeitlin, oriundo de Katerinoslav o Dnieperpetrovsk, en todo caso Ucrania que parafrasea la Trova de Carlos Guido y Spano?

                   ¡Yo nací en Dnieperpetrovsk!
                   ¡¿Qué me importan los desaires
                   con que me trata la suerte?!
                   ¡Argentino hasta la muerte!
César Tiempo
                   ¡Yo nací en Dnierperpetrovsk!

Dnieperpetrovsk


 
 El ser porteño no es un problema de "extracción geográfica" sino un problema de "pertenencia cultural".

         El porteño es esa ciudad por la que se desplaza y por la que sufre, esa ciudad que alaba y putea. Esa ciudad que odia y extraña.
          Esa ciudad cuya prematuridad Manzi canta así:

         "Sobre una colina chata
            Solís trazó cuatro vientos,
           por un costado la pampa 
         al otro lado el riachuelo
         y el río contra la espalda
        y contra el pecho el desierto
         con su horizonte de paja
       y su techumbre de cielo."

Roberto Arlt

 Ciudad a la que Roberto Arlt describirá crudamente en sus dos aspectos: el de la Buenos Aires del Barrio Norte, con su mímesis con Europa, la ciudad hermosa arquitectónicamente y con personajes importantes, la ciudad como de película, a la que el hombre gris, el pobre tipo nunca tendrá acceso y la otra, la ciudad que le pertenece, la que tiene que ganar todos los días, en la que combate o muere, la ciudad de la lucha diaria por la supervivencia de la que escribe con absoluta frialdad, con crudeza.

La primera:

"Anduvo por las solitarias ochavas de las calles Arenales y Talcahuano, por las esquinas de Charcas y Rodríguez Peña, en los cruces de Montevideo y Avenida Quintana, apeteciendo el espectáculo de esas calles magníficas en arquitectura, y negadas para siempre a los desdichados. Sus pies, en las veredas blancas, hacían crujir las hojas caídas de los plátanos, y fijaba la mirada en los ovalados cristales de las grandes ventanas, azogados por la blancura de las cortinas interiores. Aquél era otro mundo dentro de la ciudad canalla que él conocía, otro mundo para el que ahora su corazón latía con palpitaciones lentas y pesadas."

          La segunda:

"... en los tumultos monstruosos de las ciudades de portland y de hierro, cruzando diagonales oscuras a la oblicua sombra de los rascacielos, bajo la amenazadora red de negros cables de alta tensión. Pasaba un multitud de hombres de negocios protegidos por paraguas..." 
CONTINÚA... 
 
* Ana Sebastián & Luis Labraña - Conferencia.
Publicada en Viva el tango Nº 9,
Buenos Aires, Academia Nacional del Tango, 1997.
 
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