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miércoles, 15 de abril de 2015

Raúl González Tuñón A las tres bolas


          Alguien me dijo una vez que era tuñoniana… No sé si es realmente así… Pero es verdad que RGT fue y es uno de mis poetas argentinos preferidos y si, entre los latinoamericanos se disputan la alternancia entre vallejianos y nerudianos, bien podría decir que entraría en la categoría de los vallejianos y, dentro de los nuestros, tal vez sí, tuñoniana.

         No en vano dos libros nos acompañaron al exilio: La luna con gatillo, los dos tomos encuadernados juntos en cuero… y las Obras completas de León Felipe, otro de mis dilectos.
        Cuando tuve la oportunidad, cuando era asesora del entonces Concejo Deliberante –hoy Legislatura- porteño propuse ponerle nombres de poetas a las plazas y así fue que hice un proyecto que se concretó en la Ordenanza Nº 49.231-1995, BM Nº 20.075 y se le puso Raúl González Tuñón a la Plaza seca sita en Hipólito Yrigoyen y 24 de Noviembre.


         Y en 1996 se hizo un acto de inauguración en el que intervinieron Horacio Salas, Héctor Yánover, entonces Director de la Biblioteca Nacional y, por supuesto, estuvo José Luis Mangieri, su editor y también estaba en ese momento en Buenos Aires el Tata Cedrón que todavía vivía en Paris. Además en otra oportunidad se le puso una placa al predio de Saavedra 614 en donde había nacido…

         Pero otra vez me extenderé más sobre Tuñón. En realidad  lo traigo a colación porque alguien me comentó que, leyendo el artículo sobre Discépolo, le había parecido interesante la historia de mi padre respecto a Cambalache  sobre los negocios de compra – venta de la calle Libertad que conociera en 1941 cuando se vino a la Capital y que se identificaban por “las tres bolas”.

         Cambalache fue escrito en 1934 y es una metáfora de la sociedad argentina. Raúl González Tuñón escribió A las tres bolas a los veintiún años y lo publicó en 1926. Como seguro es mucho menos conocido, aun en su querida España, a la que le cantó en todos los tonos y en todas las rimas… aquí va el poema.

 
RAÚL GONZÁLEZ TUÑÓN
 
A LAS TRES BOLAS 1

Como almas solas,

ese violón, esa corneta,

esa mantilla española,

la pandereta,

el viejo tigre sin cola

que añora el pie de Musseta

y el gabán aceitunado de algún Colline vagabundo

y haragán,

de esos que leen a Kant

con voz de bajo profundo.

Tugurio de Compra y Venta,

polvillo sobre las cosas

que sufren la muerte lenta,

hoy has de abrir las mohosas

cerraduras de tus puertas

a mi canción y tú, viejo

compraventero judío,

tasarás mi sobretodo, que ya ha terminado el frío.

 

Olor de manuscritos y de viejos librotes.

Retortas y compases. Vaho de naftalina.

Un Guy de Maupassant junto a dos monigotes

y el eterno Voltaire y la Venus divina.

Objetos que algún día desataron pasiones.

Sarcasmo de una cruz cristiana entre cuchillas.

Corre un viento de siglos sobre la maravilla

con olor a los Borgia de los viejos sillones.

Junto a un burdo braguero Pan toca la siringa

agreste y delibera el coro de ratones.

Alza el rojizo vientre de goma una jeringa

sobre el polvo enfermizo del libro de oraciones.

Una maquette que fuera proyecto arquitectónico

en diálogo con una casilla de madera.

Los reflejos azules del traje chafalónico

de una tuberculosa muñequita de cera.

Cosas, cosas y cosas y un polvo hostil y frío;

olor a entierro pobre, catacumba al nivel

de las casas, complejo tenducho del judío.

Y el affiche que cuelga su luna de papel.

 

Violín de compraventa, entrañas

una historia sentimental

bajo las finas telarañas.

Tú, que siempre solías sonar

canciones nostálgicas, rotas,

en manos del alemán

que mató el polvo de la coca.

En manos de la musicanta

que hoy vende su carne seca

en el burdel o en un bar canta

intencionadas canzonetas.

Pobre violín, amarillo

y melancólico espectro.

¿Quién pulsará tus cuerdas muertas?

¿Dónde está el grillo que había adentro?

 

Aquella lámpara marchita

alumbró tres generaciones

que escucharon Caperucita

o los Cuarenta Ladrones

de los labios de la abuelita.

Ese traje pintarrajeado

de un viejo clown malabarista

¡cuántas veces habrá sonado

sus cascabeles en la pista!

Luego fue un peso arrugado

la única gloria del artista.

 

Ese ropero misterioso

habla en sus pálidas maderas

de aquel tesoro precioso

que ajuar de la novia fuera.

Y esa guitarra, esa guitarra,

sin cuerdas, sin cintura, en huesos,

¡cómo sonó bajo la parra

su hambre de tajos y de besos!

Cuatro jarrones, una gola.

Mariano José de Larra

tal vez con esa pistola .

se habrá saltado los sesos ...

 

Y esos tres cuadros arrumbados,

sin esperanza, sin color,

¡cuántos sueños hilvanados

en el altillo de un pintor!

 

Y acaso en no lejanos días,

compraventero, has de tasar

este montón de poesías.

1 Negocio de compra-venta que existía en la calle Libertad hacia 1922. Y aún subsisten algunos de este tipo.

Raúl González Tuñón, El violín del diablo, 1926.

 
 
 

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