No
en vano dos libros nos acompañaron al exilio: La luna con gatillo, los dos tomos encuadernados juntos en cuero… y
las Obras completas de León Felipe,
otro de mis dilectos.
Y
en 1996 se hizo un acto de inauguración en el que intervinieron Horacio Salas,
Héctor Yánover, entonces Director de la Biblioteca Nacional y, por supuesto,
estuvo José Luis Mangieri, su editor y también estaba en ese momento en Buenos
Aires el Tata Cedrón que todavía vivía en Paris. Además en otra oportunidad se
le puso una placa al predio de Saavedra 614 en donde había nacido…
Pero
otra vez me extenderé más sobre Tuñón. En realidad lo traigo a colación porque alguien me comentó
que, leyendo el artículo sobre Discépolo, le había parecido interesante la
historia de mi padre respecto a Cambalache
sobre los negocios de compra – venta de
la calle Libertad que conociera en 1941 cuando se vino a la Capital y que se identificaban
por “las tres bolas”.
Cambalache fue escrito en 1934 y es una
metáfora de la sociedad argentina. Raúl González Tuñón escribió A las tres bolas a los veintiún años y
lo publicó en 1926. Como seguro es mucho menos conocido, aun en su querida
España, a la que le cantó en todos los tonos y en todas las rimas… aquí va el
poema.
RAÚL GONZÁLEZ TUÑÓN
A LAS TRES
BOLAS 1
Como almas
solas,
ese violón,
esa corneta,
esa mantilla
española,
la pandereta,
el viejo tigre
sin cola
que añora el
pie de Musseta
y el gabán
aceitunado de algún Colline vagabundo
y haragán,
de esos que leen
a Kant
con voz de
bajo profundo.
Tugurio de
Compra y Venta,
polvillo
sobre las cosas
que sufren
la muerte lenta,
hoy has de
abrir las mohosas
cerraduras
de tus puertas
a mi canción
y tú, viejo
compraventero
judío,
tasarás mi
sobretodo, que ya ha terminado el frío.
Olor de manuscritos
y de viejos librotes.
Retortas y
compases. Vaho de naftalina.
Un Guy de Maupassant
junto a dos monigotes
y el eterno
Voltaire y la Venus divina.
Objetos que
algún día desataron pasiones.
Sarcasmo de
una cruz cristiana entre cuchillas.
Corre un
viento de siglos sobre la maravilla
con olor a
los Borgia de los viejos sillones.
Junto a un burdo
braguero Pan toca la siringa
agreste y
delibera el coro de ratones.
Alza el rojizo
vientre de goma una jeringa
sobre el polvo
enfermizo del libro de oraciones.
Una maquette
que fuera proyecto arquitectónico
en diálogo
con una casilla de madera.
Los reflejos
azules del traje chafalónico
de una
tuberculosa muñequita de cera.
Cosas, cosas
y cosas y un polvo hostil y frío;
olor a
entierro pobre, catacumba al nivel
de las
casas, complejo tenducho del judío.
Y el affiche
que cuelga su luna de papel.
Violín de
compraventa, entrañas
una historia
sentimental
bajo las
finas telarañas.
Tú, que siempre
solías sonar
canciones nostálgicas,
rotas,
en manos del
alemán
que mató el
polvo de la coca.
En manos de
la musicanta
que hoy
vende su carne seca
en el burdel
o en un bar canta
intencionadas
canzonetas.
Pobre violín,
amarillo
y melancólico
espectro.
¿Quién
pulsará tus cuerdas muertas?
¿Dónde está
el grillo que había adentro?
Aquella
lámpara marchita
alumbró tres
generaciones
que
escucharon Caperucita
o los
Cuarenta Ladrones
de los
labios de la abuelita.
Ese traje
pintarrajeado
de un viejo
clown malabarista
¡cuántas
veces habrá sonado
sus cascabeles
en la pista!
Luego fue un
peso arrugado
la única
gloria del artista.
Ese ropero
misterioso
habla en sus
pálidas maderas
de aquel
tesoro precioso
que ajuar de
la novia fuera.
Y esa
guitarra, esa guitarra,
sin cuerdas,
sin cintura, en huesos,
¡cómo sonó
bajo la parra
su hambre de
tajos y de besos!
Cuatro
jarrones, una gola.
Mariano José
de Larra
tal vez con
esa pistola .
se habrá
saltado los sesos ...
Y esos tres
cuadros arrumbados,
sin
esperanza, sin color,
¡cuántos sueños
hilvanados
en el
altillo de un pintor!
Y acaso en
no lejanos días,
compraventero,
has de tasar
este montón
de poesías.
1 Negocio de compra-venta
que existía en la calle Libertad hacia 1922. Y aún subsisten algunos de este tipo.
Raúl González
Tuñón, El violín del diablo, 1926.
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