ENRIQUE SANTOS DISCÉPOLO
1901-1951
“Bueno y nada más…”
Cátulo Castillo & E.S. Discépolo
- Mensaje
Enrique Santos
Discépolo es quizás el poeta más representativo de los poetas de Buenos Aires,
el que se condena y se oculta y, cuando conviene, se desempolva y se le saca
lustre.
Nacido en Buenos
Aires el 27 de marzo de 1901, incursionó desde muy joven en el teatro en donde
ya su hermano Armando tenía un nombre dentro del grotesco.
Uno de sus
primeras obras fue Bizcochito
que escribió en 1925 que para La Porota de José A. Saldías que interpretó Carlos Marambio Catán.
Tal vez de ese
género va a tomar el manejo del sarcasmo. Tal vez la profundidad de la mirada
crítica. Tal vez de ahí la sensibilidad que lo llevará a un desangre
existencial.
Si en las
preocupaciones filosóficas o poéticas de muchos escritores podemos distinguir
etapas, en Discépolo podemos seguramente distinguir dos.
La primera, que
coincide con el hombre que está solo y espera, el que vivió y sufrió ese
período de nuestra historia que va de 1930 a 1943 y al que José Luis Torres
bien denominó “la década infame”.
Esa década larga
que Jorge Abelardo Ramos pintó con estas palabras: “La moneda era sana, pero los hombres estaban enfermos. El ejército
rechaza a miles de jóvenes por inaptos. La tuberculosis hace estragos... Buenos
Aires se puebla de buscavidas y de oficios inverosímiles... En 1930 el mate es
de rigor y como alimento casi exclusivo el bizcocho de grasa... Botana hacía de
Crítica el órgano cotidiano del crimen y el escándalo... La sífilis y la
blenorragia se expandían triunfantes...”
Tiempos de
autoritarismo y pistoleros, de contubernios que se amasaban en los prostíbulos,
de política de comité y fraude pistola en mano en las elecciones, de
costureritas múltiples que abandonan el barrio y se van al cabaret. Pero, al
mismo tiempo, hay quienes se encierran en sus casas con edredones de seda. La
Universidad vive en una isla flatulenta y los escritores oscilan entre la torre
de marfil, la militancia del realismo socialista que, aunque defiende al obrero
se siente superior y es admonitorio en sus juicios sobre él y la bohemia.
La vida parecía
más que nunca en orsay y en esos años Discépolo escribió casi todos sus tangos
más conocidos.
La increpancia a
Dios, ausente, caído o sordo, la sociedad vista en su esqueleto más crudo y
filoso, la mujer que es mueca de la princesa ideal que el modernismo nos pintó,
una vida sin cisnes, sin oropeles, una vida con ensañamiento que mitigar con el
aleteo de la ironía o tal vez, con el gran amor: “ser bueno y nada más” como
escribiría Cátulo para hacer su último tango.
Sin embargo, ese
Discépolo que, en ese afán de dar la mitad de la información -lo que es lo
mismo que mostrar la verdad a medias, o sea, caer en la mentira-, casi todos
asimilan al pintor de la vida sórdida cambia. Y he ahí la segunda etapa.
“Nuestra comunidad, a la que todos debemos
aspirar es aquella donde la libertad y la responsabilidad son causa y efecto en
que existe la alegría de ser, fundada en la persuasión de la dignidad propia.”
J.D.P.
Así como en la
década infame el sufrimiento y la desesperanza habían sido interpretados por
Discépolo en sus versos descarnados, así, a partir de su vuelta al país de
regreso de México en 1947, en otro período de la historia del país, se hizo
carne en él la alegría de ser, concretando de esta manera no sólo su simbiosis
con su gente sino también con el mismo origen del tango.
En 1951, a pedido
de Evita, Discépolo dirige y estrena el
25 de mayo la puesta de Antígona Velez
de Leopoldo Marechal en el Teatro Nacional Cervantes.
Muchos no le
perdonaron su definición consecuente con su manera de ver el mundo y utilizaron
el insulto como castigo.
El intentó
diversas respuestas a la agresión.
Puso el coraje donde había que ponerlo y
donde sabía ponerlo, en la radio. Así Discépolo retrucó la mordacidad feroz de Mordisquito, el que se cree por arriba
de los demás, el soberbio, el piola, el que “las sabe todas”, el que denuesta a
los demás.
Los ataques
siguieron y el Flaco, pobre Flaco, murió la noche del 23 de diciembre de 1951.
Los restos fueron
velados en SADAIC.
Allí Cátulo Castillo le comentó a Vacarezza lo que meses
antes le decía Discépolo: “Estos hijos
de.... me tienen por loco. No me dejan descansar con ese maldito teléfono
sonando a todas horas.”
La
referencia de Cátulo era obvia. “La gente
que es brutal cuando se ensaña…”
El velorio, al que concurriera el Jefe de
Estado, fue bastante escaso de personajes. Sólo algunos buenos amigos: además
de Cátulo, Vacarezza, Razzano, Vedani, Contursi, Osvaldo Miranda.
A la madrugada, inesperadamente, aparecen las mariposas noctámbulas, las que nunca pudieron ser
costureritas, las chicas que habían sido encandiladas por las luces del centro,
que obligan a los dueños de los cabarets a cerrar en señal de duelo, que se los
dejan vacío, esas pálidas rubionas de un cuento de Tuñón que un día rememorará
Ferrer, esas morochas fieles a determinados códigos, esas mujeres pasaron a
dejar su flor y su llanto...
® © Ana Sebastián, 2005.
CAMBALACHE
Cuando llegué a Buenos Aires en mayo del 41, mi amigo de la infancia juarense Eduardo D'Stefano ya estaba viviendo acá en México y Castro Barros. Me vino a
buscar adonde yo vivía, en Miller 1928, la Urquiza de los malevos…
Me llevó al centro. Él
estaba canchero: laburaba de cadete en una tienda de la calle Bartolomé
Mitre, pleno centro porteño.
Caminamos por esas calles de Dios. Conocí las
pizzerías de Corrientes, Las cuartetas,
el Bar Nacional ... Y después llegamos a
la calle Libertad entre Cangallo y Lavalle en donde estaban los negocios de “los
rusos de las tres bolas”, tres bolas que colgaban afuera como para indicar que ahí estaba
la compra-venta , que ahí se podía también empeñar algo o pedir un préstamo. Eran rusos con barbas y sombreros, era el barrio
de los judíos ortodoxos. Entonces nos pusimos a mirar la vidriera. Y allí vi la
Biblia… junto al calefón… la Biblia en el sable sin remache, el clavo que se
ponía en las letrinas para colocar el papel para limpiarse después de ir al
baño. Normalmente, papel de diario. Pero ahí estaba la Biblia… más suavecito el papel de la Biblia... Y ahí le dije a
Eduardo: “¡Siglo XX, Cambalache,
problemático y febril, el que no llora no mama y el que no afana es un gil!”
Yo
era un pibe recién llegado… Tenía quince años…
sic Ramón Sebastián, mi padre.