En la Bodega del Tortoni - 5 junio 1995 |
Miller
era el hervidero de pasiones, de frustraciones, de nostalgias de inmigrantes,
de anhelos y sueños de sus hijos y de sus nietos que se contaban o se ocultaban
en las noches de verano bajo el fresco del árbol de la vereda de mi abuela
Manuela.
Ese
mundo de la calle Miller entre Sucre y Echeverría hormigueaba y sólo entraba en
ralenti en las siestas, con mi abuelo José
-el patrón de la calle- a caballo
de su silla baja de paja, dormitando sobre el respaldo su morriña bajo la boina
hasta que el mal centro de un pelotazo de los muchachos lo volvía a su realidad
que poco tenía ya que ver con la rías gallegas. Y mi abuelo entonces
secuestraba la pelota.
Y el
Negrito -el Negrito que veía pasar ese
mundo desde la puerta de enfrente- le suplicaba:
"¡Oiga, don José, devuelva la pelota, dele!" Y él -si no estaba de mal talante-, la devolvía y
la pelota era un sol más fuerte que el sol de la siesta. Y si no, la encanutaba
y entonces los varones dejaban el fútbol y se agrupaban alrededor del Negrito.
Las chicas, no. Las chicas en esa época debíamos hacer rancho aparte.
Y Luis
Cardei sigue cantando y ahí está mi tía Rosa
-de la que ningún ladrón se enamoró-
y que vino de Galicia para llegar al matrimonio creyendo que los hijos
los mandaba la providencia y no el placer y el dolor. Pero que en mi
adolescencia me aconsejaba que -por
nada del mundo- tenía que perderme ese placer y ese dolor. Y don
Lucas, sobreviviente de las trincheras de la primera guerra, el ogro del
barrio, con sus brazos de Popeye baleados por las esquirlas que me contaba de
la guerra y vociferaba su admiración por el Duce y por Stalin juntos.
Y en
la esquina, don Nicola, el turco, con sus hijos varones y con la única hija
mujer jugando al fútbol con ellos y con quien no me dejaban juntar porque
"yo no tenía que ser machona".
Y los
de Savo que si no se pelean entre ellos, se pelean con los demás…
En
Bodega del Tortoni el cielo era totalmente celeste, celeste infancia en la
calle Miller.
*Publicado en El chamuyo, Academia Nacional del Tango, junio
1995.
Nota:
De hecho yo me había enterado el día antes cuando, visitando a mi primo Alberto
que todavía vivía enfrente de lo del Negrito, es decir, al lado de la casa en
que nací, me preguntó qué pensaba yo, que era de la Academia Nacional del
Tango, de Luis Cardei, Yo le contesté: “No sé… no lo conozco. Mañana lo traen
al Plenario abierto de la Academia y se pelean entre todos por quien lo
descubrió. Y mi primo me dice: “Boluda, cómo no lo conocés? ¿Vos? Y se empezó a
reír: es el Negrito!” De ahí que yo llegara a la Bodega del Tortoni al día siguiente
y le rogara a uno de los supuestos descubridores, Roque Barullo -como llamábamos a Vicente Damiani- que era el presentador de la velada, que por
favor me lo presentara, que lo quería conocer.
Y
Damiani con su talante y su orgullo tanguero: “Sí, no te preocupes, es como mi
hermano!!” Después de la actuación te lo presento,,, “
Y yo: “¿Pero
seguro?”
-
Sí, si como un hermano mío!!!
Yo
me senté en primera fila con Don Horacio Puccia (padre) y lo escuchamos y la
gente le pidió otra, cosa que no se acostumbraba, pero él cantó Barrio
viejo como segundo bis.
Terminado el acto fui para atrás y
mientras Damiani me decía: “Ahora te lo presento, ahora te lo presento ya que lo querés conocer…”
salió el Negrito y dijo: “Nadie me conoce más que ella… ¿No, Ana María? -que era como me llamaban en mi familia de
chica- ¿Te diste cuenta de que te
dediqué el último tango, no?
Por primera vez desde que lo conocía
Damiani quedó mudo…
Irene Amuchástegui - Vicente Damiani - el Negrito - Moi- Antonio Pisano en la Bodega del Tortoni. |
Después nos invitaba a cada presentación sea en
Casablanca, en el Paseo La plaza adonde fuimos con mi hijo y su novia de
entonces, Macacha Pereyra, en Opera Prima cuando presentó justamente su Cardei
íntimo… Y siempre hacía su speech sobre el barrio, sobre la calle
Miller, sobre mi abuelo José y terminaba dedicándole Temblando a “la Ana María”.
Y esa vez dijo: “Y ahora está acá, con el amor de su vida y los dos vinieron a
verme y a escucharme…”
Foto en Cardei íntimo |
Negrito, que decías esas cosas con sencillez, con
dulzura, sin cancherear, que nos traías el olor de la infancia en invierno, de
los baldazos de agua en los carnavales que vos narrabas a tus oyentes… que te
fuiste demasiado pronto…
Tu voz seguirá siendo siempre nuestra infancia… aunque
yo evite la calle Miller -casi vacía- sin Doña Carmen, sin Don Lucas y Doña Teresa,
sin los Savo, sin la gitanada de la esquina que vivía haciendo kilombo, sin Don
Jorge y la familia, sin Tití, sin Asunta y Don Lelio y sin Norma de Lelio -que la llamaban así para diferenciarla de la
otra Norma- sin Esther, la prima de mi
mamá, ni Leandro, sin los de la casa del limonero, sin la Tía Rosa y el Tío
Alfredo, sin mis abuelos bajo cuyo árbol se juntaba el barrio en las noches
de verano, sin tu madre, doña Catalina, y sin la mía… sin tu madre…
Y yo sigua evitando la calle aunque los fantasmas los llevamos dentro,
fantasmas de barrio, de gente que era como era, auténtica, sin pretensiones de
ser no lo nunca sería…
® © Ana Sebastián, Memorias
impertinentes.
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