3ª parte
En contraposición a esa
génesis del tango la cumbia villera es monolingüe. La base de sus pautas
culturales están sujetas a una lengua en común: el castellano, es decir, el
castellano de aquí… la lengua standard de
Buenos Aires. No deja de lado a las
comunidades bilingües como la boliviana, peruana o paraguaya, pero no hay una
influencia masiva e importante de esas lenguas madres en la cumbia
villera.
Por el contrario, se produce
un distanciamiento.
Estas manifestaciones
culturales provienen fundamentalmente de experiencias agrarias: braceros,
golondrinas o hacheros y de migraciones de países latinoamericanos. Alto
porcentaje de analfabetismo o bajo nivel de educación. Estos sectores se
agolpan en los cordones industriales del Gran Buenos Aires, sea en
asentamientos, casas precarias, hoteles, pensiones o viviendas tomadas.
Habitantes de décadas de historia argentina, conocieron tiempos buenos y
cayeron en desgracia junto al colapso argentino.
A diferencia de aquellas
inmigraciones europeas fugitivas de la guerra y el hambre, éstas fueron
expulsadas de la órbita laboral y condenadas a la desocupación y la vagancia
sin otras fuentes de entradas que no sean venderse a un puntero político, la
prostitución, el comercio de la droga, el robo o volcarse al alcohol.
Pronto comprendieron que ni los Rollings Stone, ni Charly García ni Fito Paez ni León Gieco cubrían sus expresiones contenidas y comenzaron a producir su
propia música con los instrumentos sencillos a los que podían acceder, tan sencillos como su expresión
acústica mutilada por una educación -al decir de Adorno, reproductora de
idiotismos-.
Esta sencillez musical, monótona y de tonada fácil,
es uno de los aspectos más criticados del género. Pero ninguna voz se levanta cuando un indígena canta en medio de un
cerro al tom-tom de una caja porque
eso es pintoresco.
Porque lo que molesta no es la
monotonía. Lo que realmente molesta es que la cumbia no estaba pactada en el
circo de nuestra sociedad. Se hizo presente invadiendo distintas capas de la
sociedad y, en especial, a los sectores trabajadores y a las clases medias empobrecidas.
Sorprendió a todos, no por su calidad musical sino por su significado real.
Ellos no ven futuro: «Todo es mentira, nos quitaron todo. Políticos ladrones, ratis, caretas. Todo lo
lograron a costa nuestra».
No hay verdad dogmática en esta filosofía del nihilismo barrial. Sólo el alcohol, la droga y el sexo ayudan a pasar las horas de esta vida que les legaron:
« Muchacho de la villa
fumándose la vida
con odio y con rencor.
Buscando trabajo
salís a recorrer...
te tiran dos mangos... Pero hay que comer!!!»
No son políticos, no
son caretas ni macarras de la moral:
«Yo no miento, yo no
engaño, / fumo, tomo y meto caño.»
No golpean a las mujeres por infieles, ni les cortan
las trenzas y la ponen en un maleta para entregarse al comisario. Las retan:
«Dejate de joder y no
te hagás la loca,
andá a enjuagarte bien la boca,
me diste un beso y casi me matás
de la baranda a leche que largás!»
La ética de estos marginales tiene como pivote el
aguante.
El aguante es la expresión de amistad. No dejar sólo
e indefenso al semejante ante las malas circunstancias de la vida.
Y yo, que pertenezco a la generación perdida, en la que
el aguante era todo, me conmuevo ante esta ética miserable, ante este aguante
continuador de la resistencia y solidaridad obrera de los años 60.
Estos sectores son, sin saberlo, un fenómeno de
rebelión inconsciente, primitivo, contra la hegemonía cultural.
Ellos no cultivan la canción de protesta de los top
del rock nacional o de las nuevas formas murgueras.
Ellos son la acción directa: juegan cada día sus
vidas para vivir mal.
Ellos minaron y desbordaron la seguridad de la
sociedad. Sorprendieron y avasallaron las mallas de defensa de la justicia. Su
accionar de supervivencia desbordó el aparato defensivo del estado y puso en pánico
a la mayoría de la población ciudadana.
Ellos en las plazas, umbrales, cordones y quioscos,
ellos danzando en la cuerda de la muerte son la juventud que se nos está yendo,
el sueño a punto de perderse, la otra cara de la utopía de una Nación Argentina.
Ellos son el porvenir que estamos perdiendo.
Por todo lo que expresé, sugiero que demos una
vuelta, relajados y sin prejuicio, por
esa realidad tan rica de los habitantes de nuestras sombras ciudadanas, para
intentar comprender el presente y el futuro que se avecina. No vaya a ser que nos ocurra como a aquellos
romanos y al abrir la puerta de calle nos encontremos sorpresivamente con un
chabón dado vuelta, duro, sentado en el umbral de la casa, que nos cante:
«Mirá, careta, qué negro soy
que estoy puesto en la mañana
y tomo vino en cartón.»
Muchas gracias.
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