Entradas populares

martes, 8 de noviembre de 2016

Ficción & No Ficción en la Literatura -

Textos de PARTICIPANTES

Hoy comenzamos con la serie de textos de los participantes del  Seminario – Taller Ficción & No Ficción en la Literatura del PROGRAMA LENGUA & CULTURA METROPOLITANAS.


SARA IKONICOFF

Nació en Villa María, Provincia de Córdoba en donde vivió hasta los trece años cuando su familia se trasladó a la Capital Federal. Aquí hizo el Bachillerato en el Liceo Nº 7 y estudió Medicina en la Universidad de Buenos Aires. Se graduó primero de Médica y también siguióAnatomía Patológica. En el ejercicio de su profesión alcanzó el nivel de Jefa de Servicio en su especialidad en el Hospital General Agudos Dr. Pedro Fiorito de Avellaneda.

Una vez jubilada, tuvo más tiempo para dedicarse a lo que le gustaba:  desde chica se interesó por la literatura, estimulada por el ejemplo de su madre que era una gran lectora.

Una vez liberada de las obligaciones profesionales y con los hijos ya criados decidió enriquecerse a través de la literatura.

Según cuenta, se enteró de la existencia del Seminario – Taller por medio de la mamá de un amigo de su nietito [también un gran lector y un escritor en ciernes] y es así que, salvo excepciones atribuíbles al mal tiempo o a malas circunstancias, sigue estando presente desde principios de 2011.

Su interés, su sentido crítico, sus ganas de participar son capaces de hacerla venir a pesar de dolores paradójicos que a otros podrían consumir. Amante de sus nietos, de la música, del canto de los pájaros, detesta la guerra, la tortura, el sonido de las sirenas de las ambulancias... Le parecería bien que se pusiera en un billete la imagen de Albert Einstein y le gustaría reencarnarse en una magnolia y que Dios le diera la Bienvenida.

Nunca había escrito literatura hasta que empezó con nosotros en el Programa L&CM.  Como podrán comprobar leyendo estos pocos textos, no parece.


                                     APRENDIZAJES


         Cuando yo era preadolescente, púber –diríamos ahora-, vivíamos en una casa alquilada con mis padres y hermanas en un barrio de la Capital.

         Todos los días primero de cada mes, venía un hermano del dueño de la propiedad, llamado Roberto, a cobrar el alquiler.

         Mi madre, respetuosa, le pedía que viniera a partir del día cinco que era cuando mi padre cobraba su salario.

         No obstante, Roberto todos los primero se hacía presente. Esto no significaba nada, si no fuera porque montaba en cólera  –como dicen en las telenovelas-  y amenazaba con el desalojo por falta de pago y otras barbaridades por el estilo. Todo esto, a los gritos, de forma tal que los vecinos chusmas salía a regocijarse con el show.

         A mi madre la invadía la vergüenza. Él no escuchaba razones y seguía amenazando. Cuando al fin se iba, mi madre, nerviosa, lo insultaba con toda clase de maldiciones en idish: “que te enfermés y te mueras de un cáncer”, “que te quiebres las dos piernas y no puedas caminar”, “que te agarre el cólera” –no la cólera-, etc.



A ziser toyt zol er hobn  a trok mit tsuker zol im iberforn”

Zolst henguen vi a kalendar, un me zol raizn fun dir shtiker!

Teringlije!  Krijg de klere! 


Llegó un mes en que este señor no se hizo presente el primero ni en los días siguientes. Ante tal ausencia, mi padre llamó por teléfono al dueño que le comunicó que su hermano había fallecido a raíz de una enfermedad rara que en pocos días se lo llevó.

Al escuchar mi madre lo que el destino le había deparado a la persona que aborrecía, se sintió culpable y se hizo cargo de su muerte, pensando que fueron las maldiciones que ella le había mandado. Algo aprendió: a partir de ese día nunca más la oí maldecir.


EL PUB DE DON RAMÓN y LA LUNA

¿Cómo se lo podría llamar bar, café, boliche, pub? Ése fue el nombre que eligió su dueño Ramón, Pub Don Ramón. Según él ese cartel le daba más prestigio.

El local en sí producía gran tristeza: paredes descascaradas, unas cuantas sillas y mesas destartaladas, algunas con vestigios de pinturas antiguas, todas distintas, lo que dejaba al descubierto sus orígenes diversos, un mostrador que hacía juego con el resto, una heladera de cuatro puertas que ya no se ven que servía para enfriar algunas cervezas y gaseosas, unos estantes en donde Don Ramón colocaba licores y bebidas blancas que era lo que tenía mayor salida. Sobre el mostrador y cubiertos por campanas de vidrio, unos sandwiches cuyo contenido era una total incertidumbre para los clientes y quizás hasta para el mismo Don Ramón. Los preparaba su esposa que no revelaba el secreto.

Este pub era el lugar de reunión y distracción sobre todo de los hombres del pueblo, un poblado de pocos habitantes situado en medio de la nada. No había cine ni siquiera una plaza decente para dar la “vuelta del perro”. Lo que sí había era una Sociedad de Fomento en donde las mujeres se juntaban para chusmear.

En el pub se reunían todo tipo de personas, blancos, negros, mestizos , flacos, gordos, altos, retacones, etc. No se discriminaba a nadie. Se hablaba de mujeres, de política, de football... Y se jugaba al truco y otros juegos de naipes.

La gran mayoría era peronista, los había de izquierda, de derecha y los que no sabían donde colocarse  decían que eran del centro. Además se contaba con un anarquista que no sabía mucho de anarquismo, pero como lo crió un abuelo anarquista, él heredó su “ideología”. Aunque casi todos eran del mismo color político, se armaban grandes discusiones con consecuentes divisiones entre ellos, máxime cuando el alcohol comenzaba a hacre brotar sus efectos. A todo esto el anarquista no intervenía para nada, no tomaba nada y no entendía nada.

Cuando el ambiente se ponía muy pesado Don Ramón resolvía cerrar el pub, echaba a sus clientes, no sin antes cobrarles la consumición y, aprovechando que algunos no tenían ni idea de lo que habían tomado, le agregaba a la cuenta algunos pesos de más.

Don Ramón era un hombre robusto, algo torpe, semianalfabeto, desconfiado, rápido con los números, inescrupuloso, desconfiado: No tenía amigos, ni siquiera alguno de sus clientes a quienes conocía desde mucho tiempo.

A cierta hora de la noche se cortaba el suministro eléctrico público del pueblo y las calles quedaban a oscuras. Esa noche había luna llena.
Una luna llena enorme.
Una luna llena que parecía estar al alcance de la mano.
Una luna llena que iluminaba cada rincón de las calles con una luz azulina que les daba a las cosa formas fantasiosas. 

Una luna llena que acompañaba a cada persona hasta su casa y cuando ya no quedaba nadie, permanecía quieta a la espera de algún retrasado a quien acompañar.
Era un pueblo perdido en la inmensidad de la nada... Pero tenía una luna llena generosa, impagable.

®©Sara Ikonicoff, 2011 - 2016.

2 comentarios:

  1. Conociendo personalmente a la autora por quien sentimos un profundo afecto, queremos felicitarla por estas palabras que nos ayudaron a endulzar el dia.

    ResponderBorrar
  2. Conozco a Sara de compartir el curso, realmente conocía poco de su obra.. me encantó, además veo el uso de las figuras literarias e imagino que Ana debe estar orgullosa.
    Muy buenos textos!!

    ResponderBorrar