Nacido
bajo el calor estival un 19 de enero de 1827, los cumpleaños de Carlos Guido
Spano, también conocido como “y Spano”, se solían festejar casi como los de un
poeta prometeico, mitad poeta mitad profeta, consecuencia de la fama que se
supo conseguir con su espíritu hospitalario, su amplitud de pensamiento y su
hedonismo dionisíaco.
De
estirpe ilustre, era hijo del Gral. Tomás Guido y de María del Pilar Spano, una
dama chilena que le confirió su amor por las artes y las letras. Su padre había
actuado, casi adolescente, en la Defensa de Buenos Aires y luego en los sucesos
de Mayo, acompañó a Mariano Moreno en su viaje fatal cuando, por razones de dudosa índole
política, fuera enviado a Gran Bretaña en misión diplomática. Más tarde fue
miembro del Ejército de San Martín, amigo,
compañero de armas y el cronista más importante de las campañas
libertadores.
Su
niñez transcurrió en Buenos Aires hasta que, en 1840, fue designado en la
Embajada de Río de Janeiro. En ese medio el muchacho porteño criado entre
algodones y literatura fue desarrollando su refinamiento bajo el exotismo de
esa naturaleza avasalladora y opulenta, tan opulenta como la Corte de Pedro II
de Braganza, que supo frecuentar. Allí perfeccionó su manejo de idiomas y,
gracias a sus dotes dones políglotas y a su refinamiento, se fue convirtiendo
en una especie de dandy en ese ambiente sofisticado europeo y criollo a la vez.
En
1848 Guido Spano se encuentra en París adonde había ido debido a la enfermedad
de su hermano que ya había fallecido cuando él llegó. Francia estaba
convulsionada por la instauración de la Segunda República y la ebullición de París
lo apasiona, lo fascina, le refuerza sus convicciones liberales y le amplía el
horizonte al mismo tiempo que se siente a sus anchas en el manejo de esa lengua
y esa cultura que admiraba porque era la lengua de su autor preferido, Alphonse
de Lamartine. Traduce Le lac de Meditations poétiques.
De
vuelta a Rio, con un bagaje de dolor y de roce mundano, se convierte en un
joven mimado -exitoso, diríamos ahora-
no sólo en la Corte sino también en los círculos intelectuales.
Guido Spano vuelve a
viajar a Europa pasando por Inglaterra. Cuando llega a Francia va ser testigo
de los últimos estertores de la II República que había visto nacer unos años
antes. En 1852 se produce la restauración del Imperio por Napoleón III, Luis
Bonaparte.
Los viajes le despiertan
la imaginación y lo insuflan de un verdadero fervor democrático, liberal en el
sentido prístino que lo diferenciarán de la mentalidad común en su época y que marcarán
sus principios, su toma de posiciones y sus acciones futuras.
En 1852 vuelve a
Argentina, a pesar de su padre [no
olvidemos el papel de los padres hace un siglo y medio] que no estaba de
acuerdo con su regreso.
Ya en el país, cuando se
producen los acontecimientos del 11 de septiembre que llevarán a la secesión de
Buenos Aires, él se mantiene bastante al margen, aunque formará parte de su
defensa. Pero, al poco tiempo, se marcha a Montevideo en donde su padre está
desterrado. Hasta ese momento vivió determinado y sensibilizado por las
vicisitudes políticas de su padre, cuya vida pública forma otro capítulo de nuestra
historia.
Guido Spano sigue con la vida social, con su temperamento fogoso, vehemente y, a la vez conciliador, su afabilidad, sus dones literarios, su melena de poeta romántico. Se le abren las puertas de casi todos los salones. Como muchos escritores ocupó algunos sillones burocráticos de distinto rango y comodidad para poder mantenerse. Durante el efímero gobierno de Derqui fue nombrado Subsecretario de Relaciones Exteriores.
De nuevo en Buenos
Aires, como corresponde a su generosidad y su talante solidario, se pone al
frente de la Comisión que combate la epidemia de fiebre amarilla de 1971. Poco
después morirá su esposa dejando un vacío en su vena romántica y un dejo
melancólico, ese placer de estar triste que superará con ironía y espíritu
crítico.
En 1971 había publicado
su único libro de poemas Hojas al viento.
Con algunos recursos que podríamos calificar de modernistas, Guido Spano es un
avanzado en el abordaje de la lírica erótica:
“¿Será un crimen rasgar la tenue gasa
con que oculta el amor gracias terrenas,
o en la pomposa viña las ajenas
uvas gastar y el bien que raudo pasa?
Cuando el amor el alma nos abrasa
que Venus arde en las henchidas venas,
desciende el cielo mismo a las amenas
ígneas regiones del plaser sin tasa....”
Sensualismo
En la lista de cargos burocráticos
que le permitirían sobrevivir, dice Ernesto Quesada: “comenzó esa conocida
peregrinación suya por aquella serie de empleos que, por una ironía singular,
le tocó desempeñar en cosas que eran a las veces el polo opuesto de su
vocación, hasta culminar en cierta cómica secretaría -la del Departamento Nacional de Agricultura-, donde el excelso poeta tenía que emitir a
diario dictámenes en asuntos de plantación de alfalfa, siembra de trigo o cruza
de animales...”.
Después estuvo en la Dirección del Archivo General de la
Provincia y en la vocalía del Consejo Nacional de Educación.
En otro terreno y, en una acción si se quiere de
avanzada para la época, fue gestor y
fundador de la Sociedad Protectora de Animales.
En un momento intenta convertirse en empresario y, como empresario, se
podría decir que “es un gran literato”. Suele suceder…
Con su espíritu liberal y republicano, con su
experiencia acumulada, empieza a
enrolarse en el espíritu federal y pronto tendrá que definirse por sí mismo en
el terreno de las lides políticas. Así, no sólo levantará la voz en defensa de
Paysandú asediado por las veleidades hegemónicas del Imperio brasileño con la
connivencia nacional, sino que, junto con José Hernández marchará hacia la
ciudad uruguaya.
En prosa se indigna ante lo que él considera una ignominia
política: “Las águilas hambrientas del
Imperio huyeron heridas por el puñal y el plomo de los republicanos heroicos
que a tu lado pelean. De nuevo están sobre la presa y amenazan devorarla,
fiados de su considerable muchedumbre. Azuzan su venganza las imprecaciones de
las mujeres angustiadas y el tierno llanto de los niños. Quieren saciarse en
sangre de valientes.. ¡Ira de dios les roerá las entrañas!”
La misma posición tomará ante la guerra de la Triple
Alianza lo que le vale no sólo los denuestos y calumnias de los aliancistas
sino también el baldón de “traidor”.
Su contraofensiva será literaria. Ante la derrota del
Paraguay están los versos de Nania:
Llora, llora urutaú
en las ramas del yatay
ya no existe el
Paraguay
donde nací como tú
Llora, llora
urutaú!
Las acusaciones contra su persona
las enfrenta con la Trova que nos
hacían aprender de memoria en la escuela, pero sin contextualizarla, sin
contarnos acerca de su carácter combativo, contestario:
He
nacido en Buenos Aires
¡qué me importan los desaires
con que me trate la suerte!
¡Argentino hasta la muerte!
¡He nacido en Buenos Aires.!
Tierra no hay como la mía;
¡ni Dios otra inventaría
que más bella y noble fuera!
¡Viva el sol de mi bandera!
Tierra no hay como la mía.
Hasta
el aire aquí es sabroso;
nace el hombre alegre, brioso,
y las mujeres son lindas
como en el árbol las guindas;
hasta el aire aquí es sabroso.
¡Oh, Buenos Aires, mi cuna!
¡De mi noche amparo y luna!
aunque en placeres desbordes,
oye estos dulces acordes
¡oh, Buenos Aires, mi cuna!
Fanal de amor encendido,
borda el cielo tu vestido
de rosas y rayos de oro:
eres del mundo tesoro,
fanal de amor encendido.
¿Quién al verte no te admira?[...]
De tus glorias que otros canten,
y a las nubes te levanten
entre palmas y trofeos.
Yo no asisto a esos torneos:
de tus glorias que otros canten.
Este poema entre épico y lírico dedicado a una Buenos Aires a la
que le habla como a una mujer es prácticamente “el primer poema urbano” de
nuestra literatura, no porque no hubiera habido otros poetas porteños, sino
porque los otros abordaron temas camperos, bucólicos, amorosos…
Cultivó la
prosa irónica, aún sarcástica, con bronca que recopila en Ráfagas (1978) y la poesía lírica e intimista y escribió una Epístola a un amigo que constituye una
verdadera autobiografía.
Petiso, de piernas cortas que tapa
su gabán, con su chambergo holandés, su melena desordenada, Carlos Guido Spano
es todo un personaje cuando, abriéndose paso a bastonazo limpio, defiende a
Madame Lynch, la amante compañera de Solano López, y a sus hijos que intentan
llegar a embarcarse para huír a Europa luego de la derrota. Guido Spano,
galante y firme y revoleando el bastón, se acerca al carruaje asediado por la
turba que la insulta, la hace bajar, le besa la mano y la despide ceremoniosamente
en un gesto de caballero quijotesco ignorando a esa mersa que la acosa. La
turba atónita ante el gesto, reacciona tarde, pero él no se inmuta y sigue
abriéndose paso a golpe de bastón.
Así, poco a poco, Guido
Spano se convertirá en esa institución porteña que Ricardo Rojas supo describir
así:
“Dilecto de las
gracias, conservó hasta la vejez la urbanidad obsequiosa. Charlaba
ingeniosamente, los ojos chispeantes de malicia, la boca sonriente de ironía.
Regalaba bombones y champán cuando los tuviese, o siquiera agua en los días
malos, supliendo a la fortuna esquiva con ornamentos espirituales, anécdotas,
epigramas, versos o melodías que soplaba en la flauta...”
Debido a su
enfermedad, sufre de una parálisis que lo obliga a permanecer en su casa que se
convirtió en una especie de meca por la que pasaba el tout Buenos Aires, aún los chicos de las escuelas a rendirle
homenajes en vida y todos los visitantes ilustres.
En su casi siglo vital fue visitado desde Rafael Obligado a Calixto Oyuela,
desde Ernesto Quesada hasta Olegario Víctor Andrade, desde Rubén Darío a Vicente
Blasco Ibañez.
“Bella es la vida que a la sombra pasa
del heredado hogar el hombre fuerte
contra el áspero embate de la suerte
puede allí abroquelarse en su virtud.
Si es duro el tiempo y la fortuna escasa
si el castillo viene abajo,
queda la noble lucha del trabajo,
la esperanza, el amor, la juventud.
[…]
Servid a los demás. Es su camino.
intransitado y viejo al cielo llega.
Esto de mi docencia me imagino
que de un padre a sus hijos se trasiega:
que cada cual sea fiel a su destino.”
Estos versos de su At
home, muchos menos recordados, sintetizan su regla y su práctica, son tu
testamento vital.
Actualmente casi ignorado
-me pregunto por qué- en las últimas décadas en los claustros y en los
textos escolares-, éste es también su legado: asumir la vida con autenticidad a
pesar de los cambios y llegar a la vejez, ese crepúsculo, con la cabeza más
alta que el chambergo.
© ® Ana Sebastián. 2006.